Sunday, April 18, 2010

Y todavia no comienzo el ensayo..

Esto es de la semana pasada, lo pasé hoy a la compu, para que ya deje de dar vueltas en mi bolso gigantesco. Tengo que escribir un ensayo sobre Elizabeth Bishop y tengo torres de su poesía y de análisis de su poesía en la mesita de noche. Me los llevo a pasear y me acompañan en el bus y en el café jipi que está en el centro. El único problema es que leer poesía solo me hace querer escribir poesía, escribir cuentos y hacer dibujitos en las servilletas. Todo menos escribir una bibliografía anotada, lo cual no sería un problema si el mencionado ensayo no fuera para dentro de un par de dias... pero bueno, esto es lo que pasó:

Necesito

Os deseo. A ti y tus palabras.
Deseo que me arrulles con tu prosa.
Que como a una rosa, lentamente me abras
y que poco a poco, me conviertas en tu moza

Que me susurres poesía
mientras me sujetas firmemente.
Que me lleves contigo en tu travesía.
Que me enseñes ese otro mundo, el que dices que es diferente.

Que me tomes de la mano, que me muestres
todo aquello en lo que crees;
me dejo gustosa, que me secuestres,
que me bañes con lo que fuiste, con lo que eres.

Quiero, bueno, necesito
saber si esto es unilateral
o si te interesa, aunque sea un poquito
nadar en mi litoral.

Textéame, facebookéame, dime que no es solo en mi mente.
Anda, que yo ya lo sé: sé que tu también lo sientes.

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Infinito desperdicio

El despertador no ha sonado, pero ella ya ha abierto los ojos; ha contemplado las posibilidades, bajo el matiz angustiante de la mañana. Comienza a salir el sol; las gotitas de agua lentamente se irán deslizando, evaporando, y ya para eso de las diez no quedará ninguna pegada a la ventana. Pero ella, hace tiempo que dejo de notar esas cosas. Ya no se fija en que como estamos en marzo, el sol le da en la cara si se sienta en el sofá de la sala al medio día y ya no se acuerda de que también por estas fechas, llegan esos pajaritos de la panza amarilla con rojo, los que picotean las frutitas de los arbustos de atrás.

Antes de pararse ya se ha imaginado llamando al trabajo, hablando con la jefa, tosiendo en el teléfono, diciendo lo siento, me siento fatal. Pero se para. Pone los pies sobre el piso frío, fuckin frío!, y no sabe muy bien cómo, pero llega hasta el baño. Le dice te quiero al espejo, por que lo leyó en algún libro, y se cepilla los dientes con la pasta nueva, la ayurvédica, la que no tiene flúor.

En la cocina, abre la refri, saca la leche y se la echa al cereal, le pone pasitas y se entrega a la tarea de devorarse el desayuno en cinco minutos. Ya va tarde, y si llega tarde otra vez, bueno, mejor no pensar en lo que una no quiere que pase, no vaya a ser que pase.

Se encuentra al vecino, al coqueto, no al guapo, de camino a la parada. Que si quiere que la lleve, le pregunta. Bueno, dice ella, y se monta en el carro del vecino coqueto, el que le va a mirar las piernas con disimulo y le va a decir que por que no se pasa por la casa esta noche, que tiene una ganjita que no te imaginas. No se, te aviso le dice ella y se baja, por que ya llegaron al centro y la oficina queda todavía a unas 3 cuadras, pero prefiere bajarse ahí, frente al café; así aprovecha y se compra un tecito o algo que la haga olvidar que otra vez se encuentra odiándose por odiar un día que en verdad no tiene nada de malo, tiene su salud, su salario y en unos minutos tendrá su tecito en la mano, calientito. Pero va a contar las horas, las horas que le faltan hasta el almuerzo, las horas que le faltan hasta la salida, las horas que le faltan hasta que acabe la clase de la noche, las horas que le faltan para abrir los ojos nuevamente, antes de que suene el despertador.

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