Saturday, April 2, 2016

Cuando nadie entiende cómo te enamoraste de un policía

No importaba a quien le contara.  La reacción era siempre la misma: shock.  Fue una relación corta e intensa.  Linda, de la manera en que esas relaciones imposibles son lindas. Dolorosa, de la manera en que esas relaciones cortas e intensas suelen ser. No sé qué le chocaba más a la gente.  Su edad (14 años menor que yo), su profesión (policía), las mil diferencias sociales (barrio, escuela, salarios, bla, bla, bla), o el hecho de que me hubiera enamorado perdidamente de alguien a quien conocí así, por ahí. Ese chico, comenzando su carrera y su vida, tan diferente a mí en tantas cosas, se adueñó duro duro de mi corazón.

Cuando lo conocí yo estaba saliendo de una relación larguísima.  Una relación tan sagrada, tan definitiva, tan profunda, que cuando terminó no sabía qué hacer, cómo vivir, como relacionarme con otras personas.  En serio. Mi ex y yo terminamos por esas cosas por las que la gente como nosotros (profesionales, clase media, medianamente exitosos, en sus 30´s) terminan: filosofías de vida distintas. Nuestras diferentes expectativas sobre matrimonio, hijos y otros asuntos de ese calibre fueron agrandando una brecha entre nosotros que al cabo de 7 años se volvió insalvable. Aunque fuera una decisión racional y medida, necesaria, inevitable, no por eso fue menos difícil.  El mundo entero se desmoronaba.


Aquí fue que comenzó la vaina ve
Y en ese mundo desmoronado me encontró ese chico.  Lo conocí en su puesto de trabajo una tarde, en calle 4ta, a un costado de la presidencia.  Me dijo que me bajara del murito al que me había trepado para tomarme una foto.  Sus ojos me parecieron demasiado hermosos.  Esa noche, vagando y vagueando por Casco con mi mejor amiga le digo, conocí a un chico súper lindo, vamos a ver si aún está trabajando.  Y aunque me dijo que era la idea más estúpida ever, yo, que no escucho razón, insistí, fuimos y lo encontramos.  Intercambiamos números.  Comenzamos a chatear por whatsapp, quedamos de vernos al día siguiente.

Comenzamos una vaina tan pero tan intensa.  En todos los sentidos.  Era embriagante.  Tanta libertad, tanta magia, tantas cosas nuevas.  Conocí partes de la ciudad que no conocía, conocí cosas de las noches citadinas que no sabía que existían, y conocí partes de mí misma que me sorprendieron sobremanera. Me hice fuerte. Tuve que enfrentarme con la ola de comentarios de mis amigos y familia diciéndome que esa relación era una locura y que eso no iba a terminar bien.  Aprendí a ignorar los comentarios clasistas, racistas y sexistas disfrazados de buenos consejos y vestidos de buenas intenciones. Me atreví a seguir a mi corazón, por encima de todas las cosas, y eso fue increíblemente empoderador.

Aún con mis mejores esfuerzos, nuestra relación terminó tan súbitamente como comenzó.  ¿Qué pasó? No sé.  Me dijo que él tampoco sabía, solo que ya no sentía nada por mí. Arrastré ese rechazo y ese dolor por un buen par de meses. Creo que lloré en todas las esquinas de Casco y le conté mi historia entre sollozos a quién me prestara sus oídos.  Todavía hay gente que me recuerda en Casco de esos tiempos, meseros, bien cuida’os, dependientes de tiendas, dueños de restaurantes y por supuesto otros policías. ¿Conoces la canción del muelle de San Blas? Bueno, yo era un poco como esa man, pero en Casco.

Mi rutina por esos tiempos, regresar al depa pasadas las 3am, dormirme llorando, despertar llorando a eso de las 7, salir a correr, llorar mientras corría (súper incómodo, no ves por dónde vas), almorzar, sin ganas, medio pedazo de pizza, trabajar desde un coffee shop toda la tarde, regresar al depa, llorar y escribir canciones tristes, bajar a la calle, quedarme fuera hasta pasadas las 3am #rinseandrepeat
Y a pesar de que sufrí como una hijueputa y que pensaba que moriría de tanto llorar, fue una experiencia hermosa y obviamente transcendental. Me di cuenta del privilegio que tengo. Puedo lanzarme con todo a nuevas experiencias, puedo experimentar un amor profundo, una alegría intensa, y un dolor abismalmente magistral y todas esas cosas las puedo hacer porque gozo de una libertad que es bastante poco común. Controlo mi vida.  Soy independiente.  No me dominan las guillas represivas mentales que dominan a tanta gente: el miedo a sufrir, las divisiones sociales, los “yo solo salgo con manes de plata”, los “van a pensar que eres su mamá”.  A la verga todo eso.  Mi filosofía en estas cosas es sigue a tu corazón, si esa experiencia te llama es porque algo valioso contiene para ti, y eso es solo para ti, más nadie lo tiene que entender.

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